martes, 14 de agosto de 2012

Sexta reseña de Las lecturas. Modos de asedio, de Ana Ojeda, por Florencia D`Antonio


Modos de asedio
De Ana Ojeda
El 8vo loco
152 páginas
Por Florencia D’Antonio

¿El peso o la levedad? 
Modos de asedio es la novela donde las cosas suceden. El relato del presente-ahora, la eyección del individuo hacia el tráfico de posibilidades. Entonces, lo primero: las palabras están en la calle, el escritor es un cazador de virtudes, recolector de huérfanos sucesos. Leer es posicionarse, no quedan huecos laxos: hay tarea para todos.
En este relato, la supervivencia es la estrategia por excelencia. Ningún personaje es ingenuo (¿sabrán que están siendo relatados?); ningún lector podría serlo tampoco. La novela es la pregunta consciente por el hoy, que vuelve inevitablemente a la pregunta moderna ¿Por qué hay algo y no más bien nada? Hay avenidas, hay barrios, hay colectivos, está la ciudad (Buenos Aires es el monstruo pasajero y estable que todo lo atraviesa), pero ¿qué es lo que permanece? Qué es lo que hace que aquello, llamémoslo vivir, se transforme en prosa; por qué un transeúnte desparramado en subtes, trenes, testimonio no identificado, se vuelve protagonista.
Carlos, Aargau, Romeo y Ankara, son el vivo espejo de lo que podría pasar o no. De la facultad al estudio, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. En cada historia se abre un abanico de posibilidades reales, autóctonas. Se desprende, inevitablemente, una tensión entre espejos: lo que es y lo que se parece, lo que se proyecta y lo que se logra, el mundo real y el mundo ficticio. Pero algo es evidente, visible: lo que permanece frente a lo tambaleante es el amor. Siempre la salida o la compañía; el amor es el epifenómeno común que patenta que allí hay algo y no más bien nada. Estos personajes se retuercen, fuman y tosen, comen, se besan, conviven y hasta quizás vomitan; porque nunca serán del todo lindos, ni del todo feos: cruzados por aquellas realidades frecuentes y a la vez fluctuantes, exquisitas en sus potencialidades; son el argumento de estos días, la realidad que se escribe en el cuerpo.
Modos de Asedio es la novela donde las cosas suceden, como en la calle. Vivir se realiza en historias y cada historia es una red de referencialidades particular, a la vez en conexión con algo más. Siempre hay algo más: la mirada revisionista, lo retrospectivo e introspectivo, hacia atrás o hacia adelante que declara hay pasado. La novela muestra personas, más bien jóvenes, como sobrevivientes del siglo que les tocó. Como ya se dijo: nadie es ingenuo, pero porque no puede serlo. Leer este texto implica comprometerse a ser leído, a prestarse para ser desglosado y plasmado en un texto. Sentencio, entonces, lo segundo: para no dejar que el tiempo nos trague, nos sumerja, hay que transformarse en prosa.
Eso sí, nada de idealizar la realidad: las cosas suceden de forma tempestiva e incluso arbitraria, pero no en vano. Así como en la calle, hay vértices que confluyen y chocan, tarea del escritor organizar lo inevitable, volver legible la realidad. Y el lector no podrá ser jamás un simple espectador, sino un rastreador de pistas, un cientificista de los modos.  
La novela de Ana Ojeda propone, entonces, que asediar es la forma que toma la resistencia. Resistir frente a lo que es y argumentar siempre con lo que se quiere, unirse, multiplicar los refuerzos ahí donde parece que llega el derrumbe, la eclosión. Ser protagonista de este siglo requiere preguntar y decidir: ¿El peso o la levedad? Volverse ágil más bien invisible hasta desaparecer o pisar fuerte, hacerse doler. En este torbellino de dudas, qué forma elige la literatura para posicionarse: ¿De arma o de panfleto?
El escenario siempre es el mismo, el universo donde todo transcurre, aquí allá y en todas partes; el tiempo es el que no existe sino en eventos, sucesos irrepetibles mientras la vida cambia: horarios o minutos, decisiones. Los actores son la meta que propone esta novela para reflexionar sobre lo que ocurre hoy.
Finalmente queda la pregunta por la construcción de la identidad. Quién es quién. ¿Es el autor el que maniobra sobre los hechos, sobre las personas? ¿El lenguaje se abre de quien lo elije para develar sus formas secretas? ¿Somos todos protagonistas de algo o es la Obra la que nos hace creer que podemos actuar sobre la realidad de manera determinante?
Vivir es un trabajo. Percibir aquello y relatarlo, uno mucho más arduo y duradero. El fin es que el lector se vuelva autor y que el lenguaje se trague las ruinas y construya realidades.

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